Rezando a un Dios inexistente [Ksenia]

Adrian realmente no sabía porqué seguía asistiendo a la Iglesia cada vez que tenía una oportunidad. Quizá fuera sólo la costumbre, se decía, después de varios milenios debería ser difícil dejar de hacer algo a lo que te has acostumbrado. Pero aún así, eso no era una razón para seguir rezando a un Dios del cual dudaba su existencia. Porque a pesar de todo lo creyente que pueda ser, después de más de varios siglos de ver como el mundo se desmoronaba, los humanos se corrompían, los demonios hacían lo que querían, y nunca haber visto seña alguna de un Dios, él empezaba a dejar de creer en él. Apenas un poco, sólo un poco. Sonrió para sí mismo. Mentira; aún creía fervimente en aquel ser supremo del cual su madre le hablaba cuando aún era un pequeño humano.

Se acerca poco a poco al altar, caminando agilmente y con la cabeza gacha. Luego se sienta en una banca cercana, y mira a su alrededor. No hay nadie en la Iglesia; quizá porque es demasiado temprano. Pero eso no será un inconveniente, seguro alguien tendrá que llegar en algún momento.

Adrian la había visto llegar: una chica de no más de veinte años, hermosa de cabellos castaños y unos vacíos ojos grises. Adrian, siempre atento, inmediatamente encontró algo en su aura que le decía que no se trataba de una humana, definitivamente. Pero él no sabría decir quién o qué era. Debajo de una capa que no lograba cubrirla del todo, caminó hacía su dirección y le dijo claramente que le rezaba al Dios equivocado. Ella, obviamente, tenía un mayor conocimiento que él sobre los Dioses (sobre todo, realmente). Luego le dijo lo que él mismo estaba dudando momentos antes: que el Dios en el que él tanto creía era una invención del hombre.

Él ya lo sabía. Con toda la certeza del mundo. Pero aún así, que alguien se lo dijera tan de frente, tan cortante, trayéndolo a la realidad en la que se encontraba, era algo para lo que no estaba preparado del todo. Quizá... quizá le gustaba creer en ese Dios que, hace muchos años, una mujer le había enseñado a amar, a adorar.

—No puedo olvidar que alguna vez fui un hombre —respondió nostálgicamente en casi un susurro, sonriendo de lado—. A pesar de los grandes Dioses que sé que existen, no puedo evitar segui aquí —esto último lo dijo más para sí mismo, pero quizá ella lo pudo escuchar.

Ella se movió de una manera totalmente inhumana; se acercaba de una forma increíblemente sutil a él. Cuando ya estuvo bastante cerca él pudo notar con claridad varias heridas y moretones en el cuerpo de ella. Y aún así, aunque tuviera marcas que podrían hacerla parecer más humana, más vunerable, Adrian todavía creía que ella era algo más, algo más que todo en sí. La observó un poco más, hasta que pudo visualizar el collar que ella portaba. Sabía que lo reconocía de algún lugar, pero le era imposible recordarlo.

Ella, aún con sus movimientos etéreos, tmó asiento en uno de los bancos. Luego le dijo que Dios estaba, a pesar de ser sólo invención del hombre, más presente que los propios dioses.

—Quizá lo que lo haga más presente es, solamente, que es más conocido. Los hombres... —se quedó callado unos segundos, pensando cómo decirlo—... ellos buscan algo para tener fé. Para pensar que hay una razón de seguir existiendo.

"Yo entre ellos", agregó para sí, dentro de su mente.

Ella dejó caer la capucha, dejando totalmente al descubierto su rostro. Adrian, aunque podría ser bastante indulgente al olvidar el mundo de Dioses y demonios que le rodeaba, no lo era tanto como para pasar desapercivida a la chica. Aún con su rostro demacrado por cicatricez y signos de maltrato, ella seguía siendo totalmente hermosa, especialmente con esa aura que la rodeaba.

Porque ella era Ksenia, una Diosa.

Adrian no podría decir si la conocía. No lo recoraba, si acaso. Pero esos vacíos ojos grises la delataban completamente, compartiendo eso con las historias de los libros y lo que le habían contado. Él jamás se había topado con una Diosa así que, sin saber exactamente qué hacer, solamente se incó y puso una mano sobre su pecho.

¿Temes caer del todo? preguntó ella. Y fue como si algo lo golpeara de golpe. Él jamás había pensado en su destino como caer; más bien como volar. Pero al hacerlo, estaba cayendo; perdía cada día más y más su humanidad (lo poco que le quedaba de ella, aquellos mínimos recuerdos que se esforzaba por no olvidar).

—Temo que realmente no exista una razón para que yo esté cayendo

Cuando sintió la mano de la Diosa en su nuca sabía que algo resultaría mal; pero al mismo tiempo, sabía que era lo que debía pasar. Que no debía moverse. Así que, siguiendo estúpidamente ese pensamiento, no se movió ni un ápice de su posición. Luego sintió un collar en su pecho y, sintiendo inmediatamente los efectos, escuchó como ella le decía que si quisiera podía odiarla, pero que era la única manera de que su alma permaneciera intacta.

Y bueno, él no había encontrado una razón para odiarla. Su conciente le gritaba 'Gritále. Dile que la odias. Corre.', pero aún permanecía apacible, viendo lo que tenía que hacer, con su paciencia tan infinita como el mismo universo.

Y quizá... quizá eso era lo que debía pasar.

Pero no supo qué decir, ni qué hacer, y espero a que ella hablara.